Él mandó con “siete centavos” al colmado, a un niño que le compraría unas masitas para él desayunar, la espera fue tan larga que decidió aplastarse al lado de una empalizada en una casa que no sabía de quien era. Ahí lo conocí, esperando el niño que nunca llegó.
Nicolas, (cariñosamente Colá), hace muchos años perdió la vista por la vejes (según dice), a pesar de su edad, -esa que ni él mismo sabe-, Colá puede conocer a todo el mundo por su voz, recuerda todo y conoce todo con tan solo escuchar. Siempre habla de su vida, cuenta su pasado como si el tiempo le hubiese jugado un sucio papel, como si ese tiempo fue “su mejor amigo que le había traicionado”, decía que no sabe qué espera, “no sabe qué es todo…”, “no sabe que es nada…”, que vive imaginando cosas, creando historias de lo que puede ser o lo que es…, a veces se queja, menciona a cada momento que “no hay nada más malo que no ver quien le toca su piel, porque ya ha visto mucho cuando joven”.
Colá es un pensador, piensa recostado en su bastón hecho de palo, sobre la vida, sobre quien camina a su alrededor, sobre quien le toca, sobre qué está pasando cuando no escucha un sonido.
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